Me llamo Luis Alberto Vanegas Osejo, tengo 22 años, nací en la ciudad de León el 6 de octubre de 1993. Antes de comenzar a compartir mi historia vocacional, quiero compartir esta cita bíblica tomada del Evangelio de Juan que dice: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Jn. 15, 16). Desde que el Señor me hizo el llamado, que por cierto fue desde muy temprana edad porque decía que cuando fuera grande quería ser sacerdote y además uno de mis pasatiempos era jugar a que yo celebraba misa. Desde ese momento yo pude experimentar su presencia y cercanía ya que, durante el transcurso de mi desarrollo personal no había otra mayor inquietud que el querer ser sacerdote.
Asimismo, deseo compartir la vida espiritual que mi madre me inculcó desde muy niño. Ella fue y ha sido la principal promotora de esta inquietud que desde entonces comenzó a integrarse en mi vida. Mi madre siempre me llevó a Misa, rezábamos el rosario en familia, asistíamos a las procesiones, a los actos de piedad; en fin, a diferentes actividades religiosas que se realizaban en las parroquias a las que asistíamos (El Calvarito y Guadalupe, que están cerca de mi casa) y que me llenaban de alegría.
Por lo demás, como todo joven con inquietudes, con deseos vocacionales, llega el momento de tomar una decisión, que resulta ser difícil, ya que implica separación de familia, distanciamiento con los amigos, la vida social, etc. Estaba terminando de cursar el primer año de la universidad en la UNAN-León (que ingresé a ella con el propósito de que desapareciera la idea del querer ser sacerdote) y estaba optando por la carrera de contaduría pública y finanzas, pero llegó ese momento en que me encontraba en una encrucijada y no estaba claro si entraba al seminario o continuaba mis estudios universitarios, tenía muchas dudas e incluso miedo de que mi familia no quisiera que entrara al seminario.
En la parroquia de Guadalupe, a la edad de 16 años hice mi retiro de conversión, y de allí fue que comencé de lleno a trabajar en la pastoral de la parroquia, estuve como catequista de niños de primera comunión, como dirigente de una pequeña comunidad de jóvenes que fueron frutos de otros retiros en la cual yo fui como servidor, fui integrante del coro de la parroquia, entre otros servicios que realizaba y que los hacía con amor y perseverancia; sentía que realizar todo eso me gustaba y me llenaba de alegría.
Llegó el momento en que por medio de la oración logro dar respuesta a las dudas que me había formado, y esa respuesta fue tomar la decisión de entrar al seminario, pero siempre con el temor de experimentar algo nuevo. Sin embargo, primero hablé con mi párroco, le comenté mi inquietud vocacional y mis miedos acerca de esta experiencia, y su respuesta fue tan inesperada que yo me quede asustado (su carácter es bastante fuerte): “ya me imaginaba que entrarías al seminario, lo había comentado con otras personas”, en ese momento me dio ánimo y a la vez me aconsejó para poder enfrentar el camino difícil que estaba tomando.
Luego platiqué con mi mamá y ella con miedo de que yo hiciera esa experiencia me dijo que estaba bien, que si esa era mi decisión que siguiera adelante. Ella misma se encargó de comunicarle al resto de mi familia esta decisión que fue para muchos de alegría y para otros de tristeza, pero en realidad todo camino tiene sus sacrificios.
Desde entonces, para mí, vivir esta experiencia ha sido de mucha ayuda, he aprendido a formarme, pese a las incomprensiones, las dificultades, los problemas por los cuales he pasado en mi itinerario vocacional y que ahora vivo con intensidad estando dentro de esta casa de formación que es el seminario.
Si alguien me preguntara que ¿A quién agradecería el haber logrado experimentar la vida en el seminario en vista al sacerdocio? Mi respuesta sería, primeramente a Dios porque se fijó en mí a pesar de que no soy digno de tan hermoso don y que aún me pregunto el por qué me eligió a mí, habiendo otros mejores que yo; y en segundo lugar, a mi familia, en especial a mi madre quien fue la que me inculcó la fe desde que yo tenía meses de haber nacido y que a pesar de que nos obligaba a ir a Misa porque no nos gustaba (mis hermanos y yo), hoy le agradezco a ella por esas obligaciones que ahora hacen efecto en mi vida espiritual.
Es una experiencia única en donde he aprendido a saber llevar las dificultades de todo tipo, problemas y que con la gracia y ayuda de Dios siempre ha estado conmigo. Del mismo modo, he pasado por dificultades muy grandes que si las compartiera aquí creo que no cabrían, pero que de igual manera me han ayudado a crecer tanto como persona como espiritualmente y de eso estoy muy convencido.
Ciertamente durante este camino se tornan momentos difíciles que uno va solventando, pero sí, tengo la certeza de que no es imposible y que con la ayuda de Dios todo se puede, y hago mías las palabras del Apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4, 13). No quisiera terminar mi sencilla historia vocacional sin antes mencionar a la Virgen María quien a lo largo de mi vida me ha enseñado a decir: “Si”. Ella ha sido ese modelo que me inspira seguir adelante sin importar los desaires de la misma vida, Ella es prototipo de seguimiento y, por tanto, gracias a Ella que me enseña a ser fiel a Jesús y que siempre está a mi lado.
Ha sido difícil para mí comprender este don que el Señor me ha regalado, sin embargo, le doy gracias porque aun no siendo digno de esto, me hace partícipe para poder servirle y amarle a través de mi prójimo en el cual está presente.
LUIS VANEGAS OSEJO
Seminarista de segundo año de Filosofía
Diócesis de León