![]() |
Hernaldo Peña, II de Filosofía, Diócesis de Juigalpa, es el primero de derecha a Izquierda |
Soy originario de la ciudad de Chinandega. Nací el 5 de noviembre de 1996, hijo del matrimonio de Hernaldo Rafael Peña Obando y Lidia Victoria Salinas Álvares. Cuando tenía la edad de 5 o 6 años mis papás se separaron y mi papá se fue de la casa, sin saberlo quedé bajo el cuidado de mis abuelitos, Héctor Oswaldo Salinas Kauffman (+) y María Lidia Alvares Zavala (+).
Desde muy pequeño siempre me llevaban a la parroquia a misa, a los grupos de oración y las purísimas. Fueron mis abuelitos quienes me inculcaren la fe y quienes me enseñaron a amarla. Siempre que me llevaban a misa me gustaba irme a un lugar en donde pudiera ver bien lo que hacía el sacerdote pues me llamaba la atención lo que él hacía. Desde muy pequeño siempre tuve en la cabeza la idea de ser sacerdote y se lo decía a mi familia, que por mi corta edad siempre lo tomaban como una broma.
Cuando tenía doce años mis abuelitos y yo nos fuimos de Chinandega, ellos fueron a vivir a Chontales y yo me quedé viviendo en Managua y entré en una etapa de rebeldía, pues me sentía triste porque nos habíamos ido del lugar donde crecí. Comencé a salir mal en clase y en ocasiones solo pasaba en mi cuarto y no hablaba con nadie.
Cuando fui creciendo, como a la edad de los 14 años, quise sacarme de la cabeza la idea de ser sacerdote, pues me decía a mí mismo “es una idiotez, no me serviría de nada en la vida, eso es una basura (estaba segado por las sombras del mundo), y la verdad es que en ese proceso fui infeliz, pues siempre había algo en mí que me decía que no estaba haciendo lo correcto. Me juntaba con algunas “amistades” que no eran nada buenas, probé cigarro, alcohol y según yo estaba feliz (pero sabía que no era verdad, que era una mera ilusión) pues aun resonaba esa vos en mi interior.
A como dije anteriormente desde pequeño asistía con frecuencia a misa (aunque en esos momentos ya no era por decisión mía sino porque me exigían que fuera) pero en esta etapa de mi vida me quedaba fuera del templo, quizás platicando o distraído en otra cosa, pero lo que menos me interesaba era vivir el Sacramento, pues cada vez que lograba centrar mi mente en la eucaristía (por muy poco que fuese) algo ardía dentro de mí y ese hecho me estorbaba.
En una ocasión unos primos que asistían a un grupo juvenil me invitaron a un retiro el fin de semana y pues accedí a ir, pues quería distraerme de la rutina y además pensé “tal vez conozco a alguna muchacha bonita” pero con el fin del retiro totalmente distorsionado. No recuerdo mucho de ese retiro pero si sé que hablaron de no frustrar el plan que Dios tiene para cada uno de nosotros y sobre la obediencia a Dios y por más que quise no poner atención y levantarme de la silla e irme lejos de ahí, no pude, algo me lo impedía, pero era casualidad que no me sentía incómodo y disfruté cada una de las reflexiones desde la primera hasta la última y los ratos de oración con Jesús Sacramentado todos estos actos hacían crecer en mi ese deseo maravilloso que sentía cuando era pequeño “ser sacerdote”.
Por motivos familiares tuve que irme con mis abuelitos a Santo Domingo Chontales, y ahí (con la mente más clara) entre al grupo de monaguillos de la parroquia y el estar más cerca del altar, de los sacramentos, al hacerme más consciente de lo que era ser sacerdote anhelaba con más ansias poder serlo.
Hablé con el párroco que tenía en ese entonces sobre la inquietud que sentía y me dijo que no era tiempo, que esperara pues tenía tan solo 15 años y lo hice. Siempre pedí orientación a los sacerdotes que estuvieron en la parroquia el Pbro. Pablo Alexis Moncada y el Pbro. Cesar León (Quien me mandó al Seminario) y una religiosa (Sor Luz Marina Rayo) que me ayudó mucho en tomar valor y contarle a mi familia lo que sentía.
Ya teniendo la aprobación del párroco me dijo que le contara a mi familia mi inquietud vocacional. Cuando lo hice no le tomaron mucha importancia y cambiaron de tema inmediatamente, pero seguí insistiendo, hasta que me tomaron enserio y me dijeron “Hijo eso es algo que conlleva mucha responsabilidad, ¿Estás seguro?” y yo les dije “Si”. Me dijeron que me apoyaban y que se sentían orgullosos de mi decisión.
Fue duro para mí dejar mi hogar. Lo que más costó el día de partir fue el dejar solos a mis abuelitos, que entre lágrimas me dieron la bendición, un abrazo y un beso, a tal punto que a mitad del camino casi me regreso a la casa (me destrozó el verlos llorar).
Entré al Seminario Menor El Discípulo Amado, en la Diócesis de Juigalpa, el 3 de febrero del 2014. Así comenzó esta aventura en la cual voy caminando de la mano María para poder estar siempre cerca de Jesús en mis hermanos. Al principio me costó acostumbrarme a la vida que me pro-ponía el Seminario, pues en el Seminario menor de mi diócesis tenemos una formación bastante peculiar, y muchas veces me sentía decepcionado de mí mismo y me decía “si no puedo con esto, menos que pueda con la vida que lleva un sacerdote”, pero siempre logré sacar ánimos de la oración y la vida en comunidad con mis compañeros.
Ahora curso el segundo año de filosofía y me siento más feliz que nunca, es verdad hay muchos momentos de tristeza y sequedad, pero, a como dije anteriormente, siempre logro sacar fuerzas después de un rato de platica con Jesús Eucaristía e implorando la protección de María Santísima.
Ya llevo 4 años de haber iniciado esta aventura en la cual intento responder de la mejor manera que puedo a la llamada del Maestro. Compartiendo la vida y el mismo sentimiento con mis compañeros, avanzando en la formación y configurándonos con cristo con el pasar de los años para cuando se llegue el momento poder llevar el amor y la misericordia de Dios a todos.
Les pido, les imploro que oren por nosotros que nos formamos en esta casa de formación, pues somos seres humanos débiles e imperfectos, que queremos responder con fidelidad a la llamada del maestro, y en este caminar necesitamos mucho de su oración.
Hernaldo Rafael Peña Salinas
Cursa II de Filosofia
Diócesis de Juigalpa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario