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Manuel Lazo Estudiante de Tercer año de Filosofía |
Antes que nada, y partiendo del todo, no se puede obviar la diferencia natural que existe entre el hombre en relación a la mujer. Ambos tienen elementos psicobiológicos diferentes entre sí. Es más, no se necesita ser experto en materia psicológica para entender que la psiquis de un hombre es completamente distinta a los pensamientos de una mujer. Por ejemplo, aunque el hombre pudiera transformar, externa e internamente su cuerpo, jamás podría pensar ni ser como ellas. Podrían cambiarse los genitales, pero jamás eliminaría la esencia de su ser. Pues nadie puede ser y no ser a la misma vez.
Naturalmente, hemos afirmado y expuesto, de forma general, las diferencias entre ambos géneros, pero, pon mucha atención, porque aquí es donde viene el meollo del asunto. Entre las diferencias que caracterizan tanto al hombre como a la mujer, hay un punto fundamental que no es ni psíquico ni biológico, pero que, valora e integra la condición natural de estos dos seres, a este punto donde coinciden ambos sexos le llamaremos, dignidad. De modo que, seremos diferentes en cuanto a nuestra condición antropológica, pero iguales en cuanto a dignidad.
Seguramente, estimado lector, te preguntarás, ¿qué es eso de la dignidad? Pues bien, te pido que tengas paciencia que te lo iré explicando a mi manera. La dignidad es una palabra que indica una apreciación, una valoración de algo o de alguien. La dignidad depende de algo intrínseco, profundo, propio de cada uno, independientemente de si los otros ven o no, es ese algo que se encuentra en lo más íntimo de la persona humana. La dignidad radica en el poseer algo que merece, por sí mismo, amor, respeto, justicia. Algo divino que habita en la esencia del sujeto, y que, por ello, no puede ser despreciado ni violentado.
Por esta misma razón, quiero dejar claro que cuando hablo de dignidad, no me refiero a alguna funcionalidad, o de la contribución que alguien ofrece en un sector de la vida social. La dignidad no radica en la productividad, ni en la riqueza, ni en cualidades físicas, es decir, aunque Melania Trump sea más millonaria y atractiva que Rosario Murillo, no significa que la primera es más digna que la otra, o que Daniel Ortega sea menos digno que Donald Trump, solamente por tener actitudes políticas más descabelladas. Ser digno, repito, depende de algo interno de la persona humana, y no de motivos externos.
Antes que hombre o antes que mujer, cada uno es miembro de la especie humana. Desde esta condición básica, común, se puede caminar, durante los pocos o muchos años de vida, con la certeza de valer mucho. Aunque a veces otros no lo reconozcan o no quieran aceptarlo. Aunque nosotros mismos olvidemos la propia dignidad. Aun-que se nos excluya de un trabajo, de algún centro comercial (Galería Santo Domingo), por ejemplo, o de la libertad de decir nuestras ideas filosóficas en una asamblea de intelectuales cerrados.
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manuel Lazo entrega su Monografía con la que obtendrá el título de Lic. En Humanidades con Mención en Filosofía |
Por lo mismo, la dignidad humana está a la base de cualquier ley o forma social, de cualquier costumbre o modo de vivir y de actuar en la sociedad. Siempre hay que respetar y defender esos derechos inalienables de la persona humana. Parafraseando las palabras de mi estimado maestro de Derecho Constitucional, Luis Benavides, es obligación de cada uno, respetar a la persona por su derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de su felicidad. Precisamente, porque es digna, porque lo merece por naturaleza.
Desde esta común dignidad humana de ambos géneros, es claro que, "el hombre y la mujer se realizan profun-damente a sí mismos, reencontrándose, recíprocamente con los demás ante todo como custodios de la dignidad" (DSI. Cap. III). Por ello, el pluralismo de las situaciones no es un obstáculo a la común dignidad. En Nicaragua, existen muchos modos de ser mujer y de ser hombre. La mujer puede ser soltera, casada, con hijos, embarazada, con trabajo, en paro; puede ser policía, presidente, puede estar en la cárcel o dictar sentencia en un tribunal; puede ser aún no nacida o pasar los días de su vejez en una casa de ancianos. En cada situación, la dignidad es la misma.
Modos diversos de ser que no ocultan ni eliminan la dignidad y el valor común de todas las mujeres. Lo mismo podemos decir de los hombres, menos el estar embarazados, muy mal por quienes desearían esto, pero la naturaleza ha hablado. Estos modos, muestran que la dignidad no es una propiedad del hombre en cuanto hombre, o en cuanto a ejecutivo, o maestro, sino, simplemente por ser miembro de la especie humana, se encuentre donde se encuentre, haga lo que haga, viva de una manera o de otra.
Tener presentes estas verdades ayudará mucho para que nunca una mujer pueda despreciar o dañar la dignidad de otras mujeres o de otros hombres, para que nunca un hombre pueda discriminar o usar violencia sobre hombres o sobre mujeres. A la vez, permitirá el desarrollo de una cultura del respeto y de la solidaridad, en la que cada mujer y cada hombre sean valorados por lo que son, simplemente, sin adjetivos discriminatorios.
No obstante, en la historia humana, la dignidad de la mujer ha sido precaria en relación al hombre. No hay tradición cultural que no justifique el monopolio masculino, ni tradición popular que no perpetúe el desprestigio de la mujer, o que no la denuncie como peligro. Y, sin embargo, a pesar de la supremacía masculina, existieron mujeres valientes que lucharon por la igualdad de género. Como en el caso de Juana de Arco, la cual, fue enviada por la Iglesia Católica a la hoguera por defender sus ideas feministas, acusándola como hereje.
La revolución francesa del siglo XIX, marcó un hito crucial para las mujeres francesas, su participación influyó tanto en el proceso de revolución que lograron reivindicar sus derechos, especialmente, el derecho al voto. Dejaron de luchar individualmente para hacerlo de forma colectiva, teniendo como representante a Olimpia de Gouges. Su lucha fue fructífera, ya que lograron ser tratadas por igual ante la ley y el Estado. El respeto a la dignidad y la igualdad de derecho, fueron algunos de los principios fundamentales logrados por este movimiento.
Actualmente, parece que los grupos feministas radicales han olvidado estos principios, ahora no promueven la dignidad de la persona no nacida, apoyando el aborto, ya no impulsan la igualdad, sino el odio y venganza contra los hombres, Andrea Dworkin lo manifiesta de la siguiente manera: "Quiero ver a un hombre golpeado y hecho una pulpa sanguinolenta, y un tacón alto metido en su boca, como una manzana en la boca de un cerdo". Por otro lado, la cultura machista tampoco se queda atrás, en este caso tenemos a Ricardo Mayorga refiriéndose a la mujer diciendo: "cuando las mujeres le faltan el respeto al hombre, se les dice, cállese, perra". ¡Qué categoría de hombre! ¿Le aplaudimos?
En fin, no es aceptable ni una ideología que denigra la dignidad humana, ni una cultura machista que violente los derechos de las personas. A los nicaragüenses nos urge fomentar una cultura del respeto recíproco entre ambos géneros. Tener siempre en cuenta el verdadero significado de la dignidad. Sólo así, eliminaríamos las noticias de femicidio, las exclusiones por raza, credo político, religioso, o estatus social. Solo así, empezaríamos a construir un mundo más humano. Es una tarea de todos, es un reto que hay que asumir. ¿Te sumas?
Manuel Lazo
Seminarista del Vicariato Apostólico de Bluefields, Nicaragua
Estudiante de Tercer Año de Filosofía
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