lunes, 11 de septiembre de 2017

LA RESURRECCIÓN ¿UN ACONTECIMIENTO HISTÓRICO?

Pbro. Evaristo Martínez,
Juez , presidente del Tribunal
Ecleciástico de Nicaragua
La gran tentación de nuestra cultura racionalista ha sido querer comprobar la resurrección del Señor desde un punto de vista científico. Pero la Resurrección no es un hecho comprobable científicamente. Es necesario afirmar con rotunda certeza que se trata de un acontecimiento histórico y es un hecho de fe (CIC # 647).

El sepulcro vacío y los diferentes encuentros del Resucitado son muestra clara de que realmente Resucitó en un momento concreto de la historia. Pero la Resurrección no se queda en un mero acontecer histórico, es algo mucho más grande, mucho más perfecto, es un punto central o vértice que trasciende y sobrepasa la historia, al mismo tiempo que le da sentido, la perfecciona y le da plenitud. 

Por ello podemos decir con rotunda certeza que la Aναστασις (Resurrección) del Señor sobrepasa nuestros límites racionales y, por ello, no puede ser contenido solo en un acontecer histórico sin dejar paso al Misterio que integra dicho acontecimiento. Negarla sería borrar el numeroso testimonio de nuestros predecesores y por ende  “si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe” (1 Co. 15, 14), nos advierte San Pablo.

En definitiva, la Resurrec-ción del Señor confirma todo lo que el Jesús Histórico realizó y enseñó en su paso por este mundo, en ella se manifiesta el poder de Dios sobre la muerte y se demuestra que Jesús es verdadero Dios y verdadero Hombre (CIC # 651). 

Si quisiéramos in-dependizarnos de la fe es fácil afirmar y comprobar la Resurrección del Señor, puesto que los discípulos han atestiguado que verdaderamente se encontraron con Él, estuvieron y comieron con Él. El sepulcro estaba vacío y las vendas estaban en el suelo (Jn 20, 6) como signo manifiesto de que el Cuerpo de Cristo ha burlado a la muerte y se ha librado de la corrupción del cuerpo (CIC # 657). 

De hecho que podría pensarse que el sepulcro vacío no significa una prueba contundente de la Resurrección. La verdad se tendría razón. Hasta sus discípulos creían eso. María Magdalena creyó que “se habían llevado el cuerpo de su Señor” (Jn 20, 13). Las mismas autoridades sobornan a los soldados para que digan que “mientras dormían, vinieron de noche los discípulos y robaron el cuerpo de Jesús” (Mt. 28, 11-15). 

Sin prescindir de estos rela-tos nos percatamos de que las mujeres, Pedro y Juan entran en el sepulcro y lo encuentran vacío. El discípulo amado ve y cree (Jn 20, 8). Inmediatamente nos hace reconocer que, encontrar el sepulcro vacío, no es una obra del hombre sino que es obra de Dios. La contemplación del Misterio, del que muchas veces creemos sin sentido, necesariamente nos llevará a creer en Dios que nos ha hablado por medio de su Hijo Jesucristo. 

Luego las apariciones son un verdadero elogio al poder de Dios sobre la muerte. Primero se aparece a las mujeres (Cf. Mc 16, 1; Lc 24, 1) que serán las primeras en anunciar esta Buena Nueva de Salvación (Cf. Lc 24, 9-10). Finalmente, la Comunidad en pleno experimenta este hecho prodigioso y exclama “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado! y se ha aparecido a Simón” (Lc. 24, 34). Por ello afirmamos, en nuestra fe, que es imposible negar y no reconocer la Resurrección de Jesucristo como un acontecimiento histórico. 

Al introducirnos en los Evangelios nos percatamos con facilidad que, previo a la Resurrección, los discípulos de Jesús fueron probados por el sacrificio de la Cruz. Tanto así que muchos de ellos confundidos no creyeron en la inmediata noticia de la Resurrección como es el caso de Tomás. De tal manera que los discípulos no son puestos como un grupo de fanáticos capaces de creer y anunciar algo que no había pasado. Más bien la Escritura no oculta el abatimiento de los discípulos, su confusión y el temor ante los acontecimientos del Viernes Santo y esta es la razón por la que no le creen a las mujeres, sus palabras les pare-cieron noticias pueblerinas y cuentos de infantes (Cf. Lc 24, 11). 

La Resurrección es el gran Milagro que nunca esperaron los Apóstoles y es tan grande que incluso viéndolo en persona dudan de su veracidad y creen que es un espíritu (Cf. Lc 24, 38-39). El Apóstol Tomás ni siquiera confía en el testimonio de los diez que ya se habían convencido (Cf. Jn 20, 24-27). Esto nos lleva descartar la posibilidad de que la Resurrección haya sido producto de la fe de los Apóstoles o alucinaciones de los mismos. 

Hasta aquí hemos hecho un somero  paso por tan grande Misterio. Ahora vallamos a nuestras prácticas cristianas actuales. Muchos vivimos como si no creyésemos en la Resurrección. Otros tantos desesperados han introducido en nuestra fe una visión reencarna-cionista propia de las religiones paganas. 

Entonces cabe preguntar en qué estás creyendo en la Resurrección que te conduce a la inmortalidad o al sin sentido de la vida que es la reencarnación o el eterno retorno.   Con plena seguridad afirmamos que la reencarnación es un mito en el cual el alma humana, encerrada en un cuerpo que a su vez muere, se reencarna en otro cuerpo merecido conforme a la conducta precedente. Como puedes reencarnarte en una vaca puede ser en un cerdo o en una mosca. Todo esto es un mito, un error que al ser creído en la fe de un católico se convierte en una herejía.

Debemos procurar ir purifi-cando y madurando nuestra fe, luchando continuamente por  eliminar el sincretismo religioso que cargamos. Es urgente eliminar las prácticas paganas que son, necesariamente por su  propia naturaleza, incompatibles con nuestra fe. 

La espiritualidad cristiana de suyo es muy rica. No necesitas acudir al Yoga, al Budismo u otras prácticas esotéricas para encontrar la armonía con Dios y su creación. La misma Resurrección de Cristo que es el fundamento de nuestra fe nos ha posibilitado, capacitado y otorgado la Gracia de permanecer en esta armonía con Dios y con nuestra naturaleza. 
Nuestra esperanza es resucitar en Cristo. Todo lo demás es una práctica no cristiana que puede desatar en errores de fe, confusiones e incluso hasta llevarnos al ateísmo práctico o incurrir en una herejía.    
En definitiva, los cristianos  debemos tener claro que la re-encarnación está negada en las Sagradas Escrituras. En el Antiguo Testamento: “Una sola es la entrada a la vida y una la salida” (Sab 7, 6). San Pablo en su Carta a los Hebreos dice: “Los hombres mueren una sola vez y después viene para ellos el juicio: los que hicieron bien saldrán y resucitarán para la vida, pero los que obraron mal resucitarán para la condenación” (Heb 9,27).

Por ello es conveniente tener una visión realista de la muerte. Nuestra vida cristiana ha de tener claro que no termina sino que se transforma, que cambiamos de nuestra estancia terrenal a la mansión celestial eternamente en el cielo. Porque cuando haya tenido fin “el único curso de nuestra vida terrena” (LG 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. “Está establecido que los hombres mueren una sola vez” (Heb. 9,27). Porque no hay “re-encarnación” después de la muerte, así lo dice textualmente el Catecismo de la Iglesia Católica (#1013).

Finalmente bastaría recalcar que el hecho de la Resurrección de Jesús es históricamente un acontecimiento que solo tiene explicación por medio de la fe. Solo quien se abre a Dios y se hace encontrar por el Resucitado es capaz de afirmarle, reconocerle y testificarle vivo entre los hombres. Pero quien se encierra en sí mismo y busca falsas espiritualidades, no solo no cree en Jesús y no es cristiano sino que, ha perdido la única esperanza de la vida y vana es su fe (Cf. 1 Cor 15, 14). 

Pbro. Evaristo Martínez Matey
 Sacerdote de la Diócesis de Estelí, Lic. En Derecho Canónico 
Profesor de Derecho Canónico en el Seminario Nacional 
 Juez Presidente del Tribunal Eclesiástico  de Nicaragua. 

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