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Osman Amador III año de Teología |
Los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles bajo los cuales los sacramentos son celebrados significan y realizan las gracias propias de cada sacramento. Dan fruto en quienes los reciben con las dispo-siciones requeridas (CEC no. 1131)
El bautismo es el sacramento que borra el pecado original, nos da la fe y la vida divina, nos hace hijos de Dios, miembros de la Iglesia e imprime en el alma el carácter sacramental que nos hace cristianos para siempre. La Santísima Trinidad toma posesión del alma y comienza a santificarnos.
Después que el hombre por la desobediencia se convirtió en esclavo de su seductor el Demonio, nuestro Señor Jesucristo purificó y restauró la obra de la creación caída devolviéndole su primera gracia para ello murió en la cruz y resu-citó. De esa manera venció al pecado y la muerte e hizo posible que nosotros podamos morir al pecado y nacer de nuevo a la vida de Dios. El agua es el instrumento de esta purificación, el Bautismo es el sacramento.
Lo que prefiguraba el paso del mar Rojo se hizo realidad en el Calvario, al ofrecer Cristo su Cuerpo y su Sangre para la salvación del mundo; y en la Pascua, con la Resurrección del Señor. Cristo enseñó la necesidad de un nuevo nacimiento en su famoso diálogo con Nicodemo: En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5). Esa agua y ese Espíritu están presentes en el Calvario: uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua (Jn 19,34).
La confirmación completa la obra del Bautismo, el bautizado se fortalece con el don del Espíritu Santo. Se logra un arraigo más profundo a la filiación divina, se une más íntimamente con la Iglesia, fortaleciéndose para ser testigo de Jesucristo, de palabra y obra. Jesucristo muerto, resucitado y elevado al Padre fue investido del poder de Dios. Una vez glorificado envió el Espíritu Santo a la tierra para inaugurar el tiempo de la Iglesia.
Los apóstoles recibieron el don del Espíritu Santo mediante una oración y la imposición de manos (cfr. Hc 8,14-17; 19,1-6) Santo Tomás de Aquino afirma: “Así pues debemos decir que Cristo instituyó este sacramento no de hecho, sino prometiéndolo y precisamente porque en este sacramento se da la plenitud del Espíritu Santo, que no podía ser concedida antes de la resurrección y ascensión de Cris-to.
La Eucaristía es el sacrificio mismo del Cuerpo y de la Sangre del Señor Jesús, que Él instituyó para perpetuar en los siglos, hasta su segunda venida, el sacrificio de la Cruz, confiando así a la Iglesia el memorial de su Muerte y Resurrección. Es signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual, en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la vida eterna.
La Escritura, la Tradición y el Magisterio sitúan en la última cena, unida a la pasión y muerte de Jesucristo, el momento de la institución del sacramento de la Eucaristía (cfr. Mt, 26, 26-29; Mc. 14, 22-25; 1 Co 11,23-27). La Última cena de Jesús se desarrolló en una atmósfera pascual, tanto la totalidad de las palabras proferidas y los gestos realizados, como el mandato de mantener viva su memoria, únicamente son comprensibles dentro del marco de la celebración hebrea. La Última cena no será comprendida en sus elementos esenciales si es separada, aunque sea mínimamente, de la muerte y resurrección de Cristo.
La Reconciliación es el sacramento instituido por Nuestro Señor Jesucristo para borrar los pecados cometidos después del Bautismo. Es, por consiguiente, el sacramento de nuestra curación espiritual, llamado también sacramento de la conversión, porque realiza sacramentalmente nuestro retorno a los brazos del Padre después de que nos hemos alejado con el pecado.
La misericordia de Jesucristo alcanza su punto culminante durante los acontecimientos pascuales, como enseña San Juan Pablo II: “En su amor Cristo ha revelado al Dios de amor misericordioso, precisamente porque ha aceptado la cruz como vía hacia la resurrección. Por esto cuando recordamos la cruz de Cristo, su pasión y su muerte, nuestra fe y esperanza se centra en el resucitado: en Cristo que “la tarde de aquel mismo día, el primero después del sábado…, se presentó en medio de ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados y a quienes los retengáis le serán retenidos” (Jn 2019-23) “. Con esta acción y estas palabras confirió a los apóstoles y a sus sucesores el poder de remitir y de retener los pecados de los fieles caídos después del Bautismo.
El Sacramento de la Unción de los enfermos da al enfermo, al anciano o al moribundo gracias especiales de salud espiritual y si Dios así lo dispone- puede también devolver la salud física a la persona, aumenta la Gracia Santificante (la vida de Dios en el alma), ayuda a la persona a aceptar mejor su sufrimiento al unirlo a los sufrimientos de Cristo y da fortaleza ante las tentaciones en esos difíciles momentos.
El anuncio de la presencia del reino de Dios y las curaciones constituyen una parte relevante, quizás la más amplia, de la vida pública de Jesús. Las curaciones del cuerpo son también un signo, un anuncio de salvación para todos los hombres, y la realización del reino de Dios (cfr., Lc 7, 18-23). Afirma el Evangelio de Mateo (4,23-24): “Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus Sinagogas, proclamando la buena nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
La salvación traída por Cristo consiste, efectivamente, en el perdón de los pecados y en el restablecimiento de la salud, de la integridad de la vida humana. Las curaciones tienen una finalidad muy precisa y radical: la victoria sobre el mal, sobre la muerte y sobre el pecado, la salvación que se alcanzará a través de su Pascua en la Cruz. En Mc 6,12-13 la unción de los enfermos es uno de los gestos con que los doce y los otros discípulos, siguiendo las huellas y el testimonio de Jesucristo, ejercen el poder de curar, signo de la presencia del reino de Dios.
Por su parte, el Orden Sacerdotal es un sacramento que, por la imposición de las manos del Obispo, y sus palabras, hace sacerdotes a los hombres bautizados. Este sacramento configura con Cristo mediante una gracia especial del Espíritu Santo a fin de servir de instrumento de Cristo en favor de su Iglesia. Por la ordenación recibe la capacidad de actuar como representante de Cristo, Cabeza de la Iglesia.
Jesús recibió del Padre todo poder en el Cielo y en la tierra (Mt 11,27; 28,18). Como Hijo ha sido enviado por el Padre, a su vez él envía del mismo modo a los doce, tras haber llamado a los que quiso, para que “estuvieran con él, y para enviarlos con poder de expulsar los demonios “(Mc 3, 13-15). Jesús los asocia a la misión recibida del Padre, de este modo, serán también testigos de la Resurrección.
El sacerdocio de Cristo es perpetuo porque permanece para siempre y se caracteriza por la unión de la naturaleza y la vida humana con la vida divina. Esa unión es tan poderosa que supera la muerte y se manifiesta de manera gloriosa en la resurrección.
El Matrimonio, como institución natural es de origen divino. Dios creó al hombre varón y hembra (Gen 1, 27). El fin primario del matrimonio es la procreación y educación de los hijos, el fin secundario es la ayuda mutua y la satisfacción moralmente ordenada del apetito sexual. La unión matrimonial es indisoluble: «Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Mc 10, 9).
El Matrimonio forma parte del plan original de Dios y de un verdadero y propio itinerario de salvación. Su cima se alcanzó en la alianza matrimonial de Cristo con la Iglesia, Cristo la amó y se entregó a si mismo por ella. Los esposos como la Iglesia, están unidos, desposados con Cristo, vale también para ellos y se realiza asimismo en ellos la unión de la Iglesia con Cristo.
Las palabras y las acciones de Jesús durante su vida oculta y su ministerio público eran ya salvíficas. Anticipaban la fuerza de su Misterio Pascual. Los Santos Padres han visto un símbolo de los sacramentos en la sangre y agua que manaron del costado de Jesús pendiente de la Cruz: fue abierto su costado dice San Agustín, a fin de que se nos abriese la puerta de la vida, de donde brotaron los Sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no se puede entrar en la vida real y verdadera.
Osman José Amador Guillén
III año de Teología
Diócesis de Estelí
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